martes, 31 de enero de 2017

Dulcineas y Quijotes

Lápiz sobre papel (fragmento). ©Rafael Ortiz Ornelas
Si tuviera un cordel
amarraría la textura lívida
de mis dedos en cuna
jugando con tus labios.

Los muerdes,
los devora
el perro hambriento
de tu entrepierna.

Sueño quijotes cerca de ti,
prometen recuperarte un reino:
el reino del pan compartido.

Mientras, un caldo tinto
en frascos de perfume
recorre el dolor de tu cuello,
se escurre en la raiz de tus lágrimas.

Y recoge mi lengua mareada
migajas, gotas púrpuras,
molinos de viento
de pronto atronadores.

O rocinantes cabalgando
las copas de mi espalda
escarpada.

Salud, lugar de la Mancha,
quisiera acordarme de ti.
De tus mesías de letra muerta,
de las espadas que clavó el otoño.

Salud, mi triste figura,
piedra de caballería,
soberano de amores andantes,
esquizoide de tinta y lanza.

¡Salud, delirio! ¡Brindemos, Dulcinea, brindemos!
Que no existe mejor taberna al amanecer
que toda la sed de ti.



viernes, 27 de enero de 2017

El ensayo vacío

Fotografía: ©Rafael Ortiz Ornelas.


A las 18:34 de la fecha límite se escribe el primer renglón de este ensayo, vacío hasta ahora. El tema sigue sin salir a flote. No existe la típica historia chusca que enganche al lector en el primer párrafo, no se vislumbran signos de que su estructura sea circular, triangular ni paralelepípeda. Nada digno de provocar estupor en Aida, ni que valga el cálculo de Jorge Luis, o el elogio sincero de Rocío y Jairo. Mucho menos espero dardos aprobatorios de Juan Manuel. Lejos de acumular algo parecido a un charco, el asiento de la obra sigue desierto de palabras. Un dique seco, falto de aquella prosa provocadora con la que alguna vez me granjeé tanta fama, dinero y mujeres hermosas.

            Habrá que ver donde quedarían todas ellas. Me refiero a las palabras, no a las mujeres que, ingratas, me abandonaron tan pronto empezaron a morirse. Hablo por supuesto de las difuntas palabras: laberínticas, veleidosas, socarronas, pendencieras y bobas. ¿Ven lo que me pasa? En mi afán de sacar el trabajo adelante desempolvo ciertos adjetivos para demostrar mi perfecto estado de salud lingüística, la lozanía de la que gozan mis párrafos. Y termino en puras patrañas. Hay textos inmortales, pero a éste ya lo espera una bala de plata con su nombre grabado. Hay textos que mueren de indigestión; el mío se muere de hambre.

            Son las 19:58, hora en que utilizo el viejo truco de recurrir al diccionario. Sí, el Porrúa de la lengua española que vengo acurrucando en el sobaco desde tercero de secundaria. Por si hiciera falta el hecho irónico, abro el tomo al azar en la página 329, donde relumbra la palabra filología, escoltada por sus inseparables filón y filogenia. Me aclaro la garganta y cito. “Filología: Ciencia general de una lengua, desde todos sus aspectos: gramatical, literario, histórico, genealógico, lexicográfico, etcétera”. Vayamos por partes. Al parecer tienes que ser científico para entretener a la gente. Luego el tema de la gramática, con la que nunca he peleado, mi corrección al hablar y escribir es la de un caballero. Si la gramática agregara un gramo de contenido a este ensayo otra cosa sería. La gramática me importa un pepino. Lo literario, vamos, ¿no es pedir demasiado? Ya quisiera en estas líneas la literatura contenida en la puerta de un baño de gasolinera. La parte histórica...sí, sí que la tiene, apenas lo lean será historia, historia muerta y traspapelada. ¿Genealógico? Me viene a la mente un diez de mayo, cuando tenía nueve o diez años. Extiendo a mi mamá, a manera de tributo, una hoja tamaño esquela garabateada con un bicolor Berol. Ella lee y exclama con los ojos rasos: ¡Ay, ratas hijito, qué bonita composición! ¿Habré hecho chuza con todos los géneros literarios y he vuelto a mis tareas de primaria? ¿Desde pequeño se me veía la pasta de composicionador? Voy a hacer una bella composición que hable de mis sentaderas, que de tanto aplastarse a escribir han perdido la redondez de antaño. Miento. De tanto sentarme a intentar, de tanto calarle, de recular en este duelo a muerte contra Cervantes, Borges, Microsoft Word y quien resulte responsable. Lexicográfico ¿Léxico-gráfico? Prueben pintarle un dedo a los empleados de una vulcanizadora, si buscan representaciones de un léxico gráfico ahí encontrarán floridas voces y simbolismos corporales complejísimos.ҽ℈Ꭰ৙৙᝗ᨘ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽doe de la FIL, silas letras o seguir siendo  que esto sig

            Las 23:49 y sereno. El documento sigue siendo la caja chica de la tesorería municipal el último día del sexenio: nada dentro. Cené, salí a comprar leche, me bañé, vi una película, no exactamente en ese orden. Al final, era de esperarse, he sucumbido ante la burda trampa del alcohol. Hoy mismo lo escuché: una investigación descubrió que el vino entorpece veinte por ciento los reflejos y aumenta cincuenta por ciento la creatividad. Nada mal negocio. Aunque pudiera prestar testimonio al respecto, hoy por hoy dudo de cualquier estudio. Incluso los realizados por mi persona para el beneficio de la humanidad, sobre todo los de aquella etapa tan reminiscente de fama, dinero y mujeres hermosas.

Van a dar las dos de la mañana. Para comprobar mis teorías etílicas he bebido una cantidad insondable de vino de Burdeos. Mis amigos me sugirieron recurrir a una musa; no dijeron de cuál lado de la Calzada. De musas está lleno el Olimpo (conocido congal), las paradas del minibús y la sala VIP de los autores de la FIL. Me colé allí en una oportunidad, comprobé que había hasta carriolas con niños de pecho y, como yo, mucha gente hambrienta que salía sobrando. El alcohol, al igual que las musas y la sala VIP de la FIL son una burda trampa, por múltiples razones que intentaré describir a continuación.

            Pongamos que te encuentras en tu despacho. Has reflexionado sobre las leyes que conforman el nuevo Sistema Nacional Anticorrupción y escribes sobre ello. En medio de la redacción del artículo finiquitas la cosecha 2013 de un Ribera del Duero, ligeramente connotado. Pues de repente, entre tu top 100 de politicastros corruptos, tus preferidos para aterrizar con las muelas en la cárcel, te acuerdas de aquella zorra, la que inspiró tu primer poema, la que prefirió ser novia del imbécil ese del bigotito incipiente. Sin que exista conexión alguna, recuerdas también la sonrisa de la edecán que te ofreció un canapé en la sala VIP de dicha feria del libro. Basta, te reprendes, en realidad quieres analizar los cambios de fondo al artículo 32 de la Ley General de Responsabilidades Administrativas, pero en lugar de eso sobreviene un brindis íntimo, haces un recuento de todas aquellas mujeres que a lo largo de la vida te pagaron mal, lo que sea que esto signifique. Al entrar Vila Matas a la sala la sonrisa de la edecán se extingue, pues distraída con el autor ha derramado un café de olla sobre tu camisa blanca. No sabes si debes huir, si llegó el momento de despedirte para siempre de la FIL, deponer la pluma o volver a los días felices en que eras un simple lector de libros prestados. Sigues bebiendo, al cabo nada de eso es cierto y te encuentras en la comodidad de tu hogar; en tus reales, como en los reales de todo el país, la Filología y las leyes de transparencia se convierten en materias de un doctorado impartido por la Universidad de David Copperfield.

Hay que ser un verdadero mago para saber en qué va a acabar este ensayo que sabe a horchata y huele a guayaba. Hay que ser muy valiente para no borrar este escrito tan nimio. Lo haría si supiera cómo, si el mareo y la visión borrosa me dejaran encontrar esa tecla tan esquinada, la que más se usa, según los escritores.