viernes, 20 de octubre de 2017

Narices que estallan



 
Fotografía: © Rafael Ortiz Ornelas

Ellos son la planta de un frijol, a través de ese doloroso proceso de floración. Andan con los ojos llenos y la mirada vacía, con la cabeza hirviendo y las ideas heladas. La belleza los espera, pero ellos no pueden esperar, todo debe ser instantáneo y si se puede antes, mejor. Tienen un extraño idilio con la almohada, a la que llenan de lágrimas de incomprensión y puñetazos de rabia; acostados, soñando, babeando la cama, esa tabla de planchar suspiros.
Ella tiene trece y es la reina del drama de la sopa aguada, la misma que le manchó el único vestido con el que no se ve gorda ni flaca, con el que se ve normal. No sabe por qué su nariz ha sido elegida para albergar al Monumento al Barro, el Obelisco a la Espinilla. En su teléfono vuelve a ver la foto que él acaba de subir al Face, y piensa: si le quitas el bigotito y los frenos, y le pones un filtro de Instagram no está tan mal. Sabe bien que él sabe, que ella sabe lo que él se imagina y quizá solo los dos entienden.
Él tiene catorce y es la voz indecisa entre una flauta transversal y un sax tenor. Su cuarto es su Imperio, es a la vez cueva de hibernación y banco suizo, cibercafé, cancha de squash, estudio musical y cuna de las plagas de la casa. Ha erradicado los espejos, pues su nariz de un tiempo para acá es un tubérculo, o una pitaya a punto de estallar. Él le da like a la publicación que encuentra sin imaginar que ella pensará que le gusta. Que le gusta ella, no la fotografía. O lo que parezca que hacen ella y sus amigas con rodajas de pepino en los ojos.
Yo soy él, tratando de pasar desapercibido en un mundo adulto, disfrazado de hombre formal. Yo soy ella, imprudente, intento abrir las puertas de los otros a pedradas. Yo también pruebo el vino como si descubriera el cielo y cierro los ojos para que la ansiedad se apague. Yo no sé dónde esconder los colores cuando ella me toca, no puedo disimular el tambor en el pecho. La sonrisa tonta, adoleciendo, ardiendo en nostalgia; con los dedos en pinza frente al espejo, a punto de atacar el grano que me ha brotado en la nariz.